03 marzo 2016

Corazones de piedra

Una de las cosas que más me impresiona cuando ando por la montaña es el ensordecedor silencio. Sin embargo, hubo un tiempo en el que la cantera de Náquera hacía palpitar a la Calderona y los picadores eran quienes custodiaban cada latido.
Un lugar duro hasta para la propia roca, donde la vida huía espantada. Allí nació un árbol. Entre polvo, piedras y pies despistados el pequeño tallo tenía todas las de perder. Sin embargo, su destino era crecer. Obstinado se levantaba cada vez que lo pisoteaban y fue tal su determinación, que se ganó la admiración de los picadores quienes le juraron protección.
La voracidad de los Titanes del cemento llegó hasta las faldas de la cantera. Las sanguinarias fauces reclamaron el lugar. El árbol extendió sus ramas hasta el cielo y les impidió el paso. La lucha fue cruenta y varias dentelladas dañaron su tronco.
La montaña rugió con la voz de los picadores.
- Nadie derribará este árbol sin convertirse en polvo.
Los Titanes huyeron despavoridos y aunque muchas veces intentaron talarlo nunca lograron vencer. Porque los picadores eran hijos del hombre con corazón de piedra. Fuertes, tenaces que hacían del sudor la fuente de su poder.
Sólo ellos podían hacer palpitar la montaña. Sólo ellos podían dar vida donde nadie la esperaba y aunque ahora no son más que recuerdo, el Pi del Salt honra su memoria con la copa siempre alta y las raíces entrelazadas al corazón de piedra.

04 septiembre 2015

De noche

- Sólo quiero soñar un poco- dijo mientras se tumbaba de nuevo en la cama.
Ya no tejía historias en su mente. Al final del día su cuerpo se desplomaba agotado y el cerebro se le apagaba como una bombilla fundida. No había nada que contar, porque los días se deslizaban entre sus dedos como la arena, como el agua del mar.

El silencio de la madrugada le ahogaba. Se despertaba mojado y sin aliento. Los brazos aún se resentían. ¿Cuántas horas sujeté su cuerpo inerte?- se preguntó una vez más. Ese dolor punzante le recordaba su horrible y asquerosa fragilidad. Era su condena, el castigo que debía cumplir hasta el final de su vida.

El humo del cigarro le empañó los ojos, sin embargo, él no lo supo. Después de aquella fatídica noche dejo de ver. Los médicos le aseguraron que se debió a un gran golpe en la cabeza pero él sabía la verdad. Los ojos se le oscurecieron en el mismo momento en el que la marea se llevó su corazón. ¿De que sirve mirar cuando no volverás a ver a quién buscas?

Escuchó el murmullo de los que dejaban en la orilla flores y velas. Recuerdos para los olvidados- lloró.

Porque como esa noche habrá muchas y así como el mar se tragará las reliquias ofrecidas también engullirá los gritos y el miedo de los que, sin remedio, dormirán para nunca más soñar.