27 abril 2012

A la conquista de la felicidad


No hace mucho leí en un artículo, que la felicidad no es algo que se nos concede, más bien, que conquistamos. Esta certeza llegó a mi mente como una revelación y me hizo mirar atrás…
Al llegar a la edad de las emociones descubrimos un ente al que todo el mundo llama felicidad. No conocemos su rostro, ni su aroma y nuestra juventud, aún nos tiene condenados al desconocimiento de sus encantos.
Pronto algo nos deslumbra y sentimos que los pies se levantan del suelo, la cabeza nos da vueltas y una extraña sensación de plenitud invade nuestro ser. Sí, a eso lo llamamos felicidad. Pero su invasión también está acompañada de unos terribles efectos secundarios: angustia,  frustración, vacío…
El dolor en todos sus estados. Ese hermano antagónico, que sigue a cualquier momento de dicha.
Cuando aterrizamos en la edad del materialismo, del deseo de poseer por encima de la necesidad de sentir, la felicidad se transforma en conformidad. La serenidad de nuestros días es el nuevo camino que anhelamos. Sin embargo, esto que nos hace sentir seguros nos condena a una vida de detalles lejos de lo que nace, se desarrolla y muere tras nuestro muro de necesidades creadas.
En el invierno del hombre, algunos desentierran las ilusiones de la juventud y esos recuerdos inyectan luz en las venas de los ancianos. Tras esto sólo hay calma, porque, nuestros mayores duermen tranquilos mecidos por las nanas de las historias pasadas. En este momento, la felicidad es espejismo de otra vida pasada, humo que nos lleva a dimensiones de alegría virtual.
La felicidad es una conquista, no es un don. Vivir para encontrarla nos lleva a su olvido, porque sólo cuando decidimos ser felices a pesar de lo que nos rodea, de lo que deseamos, llegamos realmente a vivirla.

25 abril 2012

Puede estar en cualquier sitio


Supe que a Taky le encantaba la literatura cuando descubrí mordisqueado mi libro de poemas de la  Generación del  27. Sólo tenía 7 meses pero ya era todo un intelectual. Desde entonces, le dejé subir a mi cama en el momento de la lectura. Apoyaba su morro sobre la página y gruñía cuando la intentaba pasar y él aún no había terminado.

Verlo sentado frente a las olas del mar me inspiraba los más bellos relatos. Sabía donde se encontraba una buena historia y estiraba la correa hasta que me llevaba a ella.
Los años fueron pasando, tranquilos para mí, rápidos para él. Cada vez le costaba más subir a la cama, y al final decidí yo bajar al suelo. A los 10 años ya no podía llevarme a los mundos de fantasía, donde encontraba la materia prima para mis relatos. Cuando cruzó la senda de los 15 años, a penas podía leer y era yo quien lo llevaba a vivir las aventuras. Dejó de perseguir a los cuentos y los cuentos se perdieron. Mientras se despedía pude leer en sus ojos la última historia desenterrada: Ama lo que te hace sentir vivo, porque cuando dejes de hacerlo irremediablemente morirás. Adios Taky.

20 abril 2012

Las chicas son guerreras


Las chicas son guerreras...- canturreé al compás de la canción que sonaba en la radio.
Mi hija se encerró en su habitación y la oí sollozar. Llamé a su puerta. Entré, la miré y la vi exhausta, hundida en su llanto mientras se quitaba la pulsera, que ese imbécil le había regalado.
Lloró porque le quería, porque sabía que siempre le querría, porque no entendía como el mundo podía seguir girando cuando ella se había quedado paralizada.
Me senté a su lado.
-          Las chicas son guerreras- le susurré mientras apartaba de sus ojos el pelo mojado por las lágrimas.
Me miró y se rió.
Abro los ojos y la veo entrar en la habitación. Llega con un aceite de romero para hacerme un masaje, una estufa para que me de calor, unas toallas, un cubo...
Me quita el gorro y besa mi cabeza arrasada por la quimio.
Me río y me susurra al oído:
-          Mamá, las chicas somos guerreras.

19 abril 2012

La guitarra


Imagina las calles del centro de Valencia, con su historia, su antigüedad, su olor a años de silencio, con sus voces grabadas en las paredes. Escucha el rumor de los viandantes, contempla la belleza de las flores agolpadas por el deseo de salir del balcón que las retiene. Mira el cielo azul, tan azul...
Siente como el sol entra por cada poro de tu cuerpo y sale el invierno de tus huesos y a lo lejos una vibración, un sonido familar y a la vez desconocido.

Me adentré por el laberinto de los barrios centricos. Buscaba el origen de las notas. Deseaba contemplar la fuente de tanta belleza y de pronto, ahí estaba. Un chico acariciaba su guitarra y liberaba la alegría que prometían las cuerdas. No sé si era un genio pero ese día, de vuelta al trabajo, me sentí feliz.

La primavera llega a las personas en el momento menos esperado. De repente, el calor que emanan las cosas buenas evapora los miedos a la crisis, a las enfermedades, a los hijos, a las parejas, a los trabajos...
En ese instante frena el bullicio de tu día y escucha la guitarra.

02 abril 2012

La conciencia


Llenamos nuestro estómago para acallar la conciencia.
Dejé el artículo sobre la mesa del comedor y me desplomé en el sofá mientras terminaba de devorar la tercera caracola de chocolate del día.

Me miré al espejo y vi el temido michelín, creciendo, poblando el universo que se levantaba bajo mi jersey.

  -  Si salgo a pasear lo quemaré- pensé mientras me enfundaba en un pantalón de chándal marrón.

Crucé la calle y miré con valentía el horizonte. No tenía rumbo pero sí decisión. Ande, ande, sudé, sudé e imaginé como caían de mí, las calorías que había almacenado durante mis diez años de matrimonio.
A lo lejos divisé un cartel luminoso que me llamaba: Pastelería Matilde. 
  - Joder, si es que me persiguen- sentencié decidida a pasar sin mirar el escaparate.

No pude evitar que los ojos se quedaran enganchados en una tarta de queso. 
Mi severa conciencia me recordó la frase del artículo. Mis pies giraron mi cuerpo, que se encontró de golpe con mi marido comiéndole la boca a una mujer más joven que yo y por supuesto más delgada. Mi mano abrió la puerta del establecimiento y me lleve a la boca la tarta entera y una docena de ensaimadas. 
La conciencia enmudeció.

Cuando los niños dejan de jugar a las canicas


Esta vez no erraré el tiro- sentenció mientras se  tumbaba sobre el suelo polvoriento. Alargó el brazo y colocó el dedo para que la canica fuera directa al agujero. Guiñó el ojo y cogió aire.
Enfocó la mirada, que de repente se desvió hacia el zapato de Clara, y a su calcetín caído y a su pierna repleta de arañazos.
Se levantó y la miró. Era muy guapa.
- ¿Dónde has estado todo este tiempo?
- Aquí
-  ¿Y por qué no me he dado cuenta?
Clara levantó los hombros y le preguntó:
- ¿Quieres jugar conmigo?
Soltó la canica y se sintió el niño más afortunado del barrio.