25 junio 2012

Agua



-          -        Por favor, ¿me da un vaso agua?- pidió al camarero que no despegaba los ojos de la televisión.

Hacía más de doce años que tenía la garganta seca, áspera. Bebía y bebía pero la sensación no desaparecía.
Miró el reloj por quinta vez en un minuto y la saeta se movió perezosa sin importarle su urgencia.
Cuando la vio entrar supo que era ella. Pequeña para su edad, rubia con el pelo rizado, ojos negros y sabios.

-          Papá, dame agua- gritó desde la barra

Sus miradas se cruzaron y la pequeña le dedicó una sonrisa llena de felicidad y amor. El camarero le acerco un vaso, que se bebió de un solo trago y salió corriendo a la calle.

Mientras la veía jugar supo que la sed nunca se apagaría. Aquella niña había crecido en el fondo de su mar y al dejarla marchar se había llevado toda la vida que en él existía.

Ese día de vuelta a casa se sintió sedienta y se alegró por ello, porque supo que su sed era a causa del agua que su hija bebía.

19 junio 2012

La generación del Big Bang


Los nacidos a principios de los 80 somos la última generación del eslogan familiar: “estudia para ser algo en la vida”. Desde que recuerdo, en mi casa siempre se me motivó para hacer una carrera, la que yo quisiera, pero una que me ofreciera una buena formación superior. Esta claro que mis padres nacieron en la época de: “deja tanto libro y ponte a trabajar, que eso sí que da de comer”. Ahora, a mi edad adulta, con mis títulos colgados del brazo, y los innumerables trabajos de becaria ando por el mundo en busca de una oportunidad. Cuando llamo a la puerta de alguna oferta, me miran a los ojos y cuando descubren mi estigma académico me dan una cariñosa patada en el culo.
Tengo días en el que mis frustraciones son compartidas con mi compañera de penalidades en la oficina, donde me dejo los cuernos. Me refiero a aquellos instantes en los que descubro lo absurdo de nuestra labor al escuchar sus peleas con los proveedores por encontrar un restaurante para la comunión del hijo de un cliente. Miro a mi colega de sufrimiento y contemplo sus títulos colgados de la solapa y me río escandalosamente, mientras ella, con cierto malestar, porque no le dejo escuchar, se da cuenta de lo surrealista de la situación, cuelga el teléfono y terminamos las dos encanadas de risa y con la ternura que da la complicidad de los combatientes en primera línea.
Es una ruta jodida, sí, la de forjarse un futuro, pero más insoportable es escuchar el dogma de las generaciones pasadas: “todos hemos pasado por ahí”. Y yo me quedo con cara de boba mientras entro en un coche nuevo, que me lleva a un piso megahipotecado con piscina en el patio. Es cierto que pasaron por ahí, pero ellos salieron y nosotros navegamos a la deriva del paro, de la negación de hipotecas, de alquileres desorbitados y sueldos de mierda.
Así pues, la generación del Baby Boom ha dado paso a la generación del Big Bang. Espero que los pequeños que corren cerca de mí sean la generación del ¡basta de explotar!

11 junio 2012

Duerme, pero no dejes de despertar


Su paso se fue acelerando sin dase cuenta y a la edad de 20 años corría como un rayo. No dejaba que el tiempo se deslizara tranquilo, lo enrollaba en una maraña de promesas y suspiros y lo lanzaba con fuerza contra el infinito.
El día que sonó el despertador sus pies se anclaron al suelo y como no estaba acostumbrada a esa quietud se cayó de boca.
-          ¿Qué tal estás Ana? ¿Has dormido bien?- le pregunto mientras muevo su cuerpo rígido
No dice nada, se deja mecer, cuidar, amar.
-          Hoy hace un día precioso, el sol brilla fuerte y el viento se lleva todo lo que sobra- le digo al dejarla junto a la ventana.
Cuando me voy veo que su mirada se pierde con la vida que hay fuera y pido a quien escuche, que no se la niegue más.
-          Marta- me llama- ¿lo oyes?
-          El qué cariño- le pregunto inquieta
-          El despertador ha dejado de sonar- afirma feliz
Espero en la puerta, callada, atenta, asustada, esperanzada…
-          Es verdad, ¡ya es hora de despertar!- gritó

04 junio 2012

El príncipe y el mendigo


-         ¡Otra vez no!- sentenció desde el sillón- Estoy harto de perseguir pelotas y llevártelas. No quiero saltar cuando abras la puerta, ni ladrar cuando tengo hambre. Ya está bien de sufrir tus frustraciones de madre no nacida. No soy tu bebe, soy un perro.
-          Vamos Rocky, ven a jugar con mamá. Trae la pelotita, se bueno- le pide Ama desde la puerta.

Rocky no tiene nada más que decir, se acomoda en su trono y se hace el sordo.
Sueña con Dexter, el perro vagabundo que corre tras los gatos que duermen en el contenedor. Al despertar se asoma al balcón y lo observa.

-       Eso sí que es vida- piensa melancólico.-  Lo mejor de salir a pasear no es el olor de las perras, ni las delicias que encuentra tu olfato por la calle. A mi lo que me gusta es escaparme de Ama y escuchar las historias de Dexter. Es un aventurero. Se escapó de una perrera cuando era un mocoso de 6 meses. Durmió en bancos y visitó el metro. Cruzó la ciudad y se peleó con un millón de bandas de gatos y ahora es el dueño del barrio. Los niños le han hecho una cabaña y las ancianas le dejan comida en la puerta. Cuando quiere se beneficia a las perritas pijas de la calle y ya tiene por lo menos 20 críos.

-          ¡ Rocky a la calle!- interrumpe Ama sus divagaciones.

Al cruzar la puerta se encuentra de frente con Dexter, ilusionado mueve el rabo, éste lo mira altivo y sigue andando. Cuando gira la esquina se mete en su cueva prefabricada y llora.
-          Lo que daría por ser como Rocky, el rey de mi casa.