Llevaba varios meses buscando el silencio. Sabía que lo
había guardado en un cajón para no perderlo pero después de tantas mudanzas me
temía que me lo había dejado olvidado en algún lugar. Como consecuencia, vivía
como un gato en un garaje. Muchas mañanas me despertaba con los pies clavados
en el techo de la habitación sin entender muy bien, que sueño me había
estremecido tanto para empujarme allí arriba.
La desesperación me llevó a la Red, donde descubrí un
tutorial en YouTube, en el que un personajillo, algo raro, explicaba cómo construir
tu propio silencio de una manera creativa y barata. Es fácil, sólo tienes que ponerte unos tapones
de cera, porque son más cómodos de llevar, y hacer como que no oyes a nadie. Es
importante andar hacia un objetivo claro y seguir tu ruta, a pesar de los
gritos de los que te encuentres por el camino. Es cierto que es un poco
incómodo, ya que, en ocasiones, el
sendero termina en un enorme muro y cómo nadie me ha explicado qué hacer sigo
dándome golpetazos hasta que logro un agujero que me permita continuar andando.
Creo que he creado tendencia, porque últimamente no paro de
encontrarme a personas como yo, que sólo caminan. En ocasiones tropezamos pero
todo se soluciona, cuando uno cae al suelo y el otro pasa por encima.
Sin embargo el otro día, cuando fui arrasado, uno de mis
tapones salió disparado y una extraño sonido rompió mi silenció. Me refiero a ese
eco que expande la nada. Miré a mi alrededor y concentré mi oído en busca de
algún ruido pero sólo obtuve un absoluto y eterno vacío.
En ese momento entendí, que no era el silencio lo que había
perdido, sino la conciencia la que había encontrado. Aburrida de hablar y de que
nadie la escuchara decidió callar y ese ruido era el más terrorífico de todos.