Se sentó delante de mí con sus seis años cumplidos y lleno de preguntas. Su
mirada distraída rastreaba lo que nos rodeaba en busca de alguna respuesta que
le explicara lo que le había pasado.
Se giró de nuevo hacia mí confuso y derrotado.
- ¿Por qué?
- No lo sé- confesé.
Todas las mañanas me levanto con hambre. Mi cuerpo se convulsiona
demandando la parte de energía que necesita para enfrentarse al día. Entonces
salgo a la calle en busca de respuestas que me puedan alimentar, porque no sólo
de pan vive el hombre.
Cuando encuentro alguna solución ésta únicamente me calma la inquietud
durante un tiempo. Pronto las dudas vuelven con más fuerza y me obligan a
salir, una vez más, a la caza de certezas que me saciarán y vaciarán de nuevo.
Sin embargo, el otro día tuve suerte y atrapé una respuesta inexplicable.
Estaba tan alejada de mí que cuando
logre subirme a ella pude contemplar al ser humano en su totalidad. Fue en ese
momento cuando comprendí que si la vida hubiese querido ser explicada, no
habría creado al hombre.
La vida sólo quiere ser vivida. Las preguntas nos llevan de un sitio a otro
para descubrir quiénes somos. Son como lianas que nos ayudan a movernos y que
dejamos al alcance de los demás para que puedan explorar su propia existencia.
- ¿Dónde está?- me
preguntó inquieto
- ¿Dónde quieres que
esté?- le contesté
- En las nubes.
Si la vida quisiera ser explicada, no habría creado al hombre porque somos
pregunta no respuesta.