- Sólo quiero soñar un poco- dijo
mientras se tumbaba de nuevo en la cama.
Ya no tejía historias en su mente.
Al final del día su cuerpo se desplomaba agotado y el cerebro se le apagaba
como una bombilla fundida. No había nada que contar, porque los días se
deslizaban entre sus dedos como la arena, como el agua del mar.
El silencio de la madrugada le
ahogaba. Se despertaba mojado y sin aliento. Los brazos aún se resentían.
¿Cuántas horas sujeté su cuerpo inerte?- se preguntó una vez más. Ese dolor
punzante le recordaba su horrible y asquerosa fragilidad. Era su condena, el
castigo que debía cumplir hasta el final de su vida.
El humo del cigarro le empañó los
ojos, sin embargo, él no lo supo. Después de aquella fatídica noche dejo de
ver. Los médicos le aseguraron que se debió a un gran golpe en la cabeza pero
él sabía la verdad. Los ojos se le oscurecieron en el mismo momento en el que
la marea se llevó su corazón. ¿De que sirve mirar cuando no volverás a ver a
quién buscas?
Escuchó el murmullo de los que dejaban
en la orilla flores y velas. Recuerdos para los olvidados- lloró.
Porque como esa noche habrá muchas
y así como el mar se tragará las reliquias ofrecidas también engullirá los
gritos y el miedo de los que, sin remedio, dormirán para nunca más soñar.